CATEGORÍA: REFLEXIÓN
TÍTULO: AUNQUE MI PADRE Y MI MADRE ME HAYAN ABANDONADO
NOMBRE: RICARDO VICENCIO RANGEL
Al iniciar esta breve reflexión, sobre el significado de ser catequista, llega a mi mente y mi corazón el Salmo 27, que en su versículo 10 ejerce con fuerza una maravillosa promesa de acompañamiento, guía y amor incondicional: “Porque aunque mi Padre y mi Madre me hayan abandonado, el SEÑOR me recogerá”.
Sin duda, quienes nos dedicamos a la catequesis, ya sea de pequeños o de adultos, nos convertimos en la mano que da comienzo a dicha promesa y lo hacemos en medio de una sociedad cada vez más confundida, sombría y tristemente alejada de la fe, donde el significado de familia se encuentra cada vez más devaluado, donde los sacramentos se llevan a cabo por el simple hecho de “cumplir”, aunque no sepamos como padres con qué o quién cumplimos, y ni siquiera, qué es lo que cumplimos. Vivimos en una sociedad donde cada vez con mayor frecuencia ya no hay amor, ni en el mismo seno familiar.
Y es justo ahí, donde el catequista se debe volver un remanso de paz de quienes viven el terror de un ambiente familiar destrozado; un oasis en medio del desierto de quienes viven un ambiente escolar lleno de bullyng. Debemos convertirnos en la sombra que protege en un abrazo amoroso del abuso infantil, del maltrato, de la miseria, del hambre, del dolor, del olvido… en pocas palabras, de la terrible soledad y el miedo que éstas causan, que es el arma más letal que tiene el enemigo para acabar con la creación más bella y perfecta de Dios: con sus hijos.
Sin duda, nuestros pequeños no saldrán siendo teólogos de una catequesis de un par de años, pero sembraremos en ellos la “semilla de la fe” (σπόρος της πίστης), y si bien esta semilla es colocada en buena tierra, tarde que temprano dará fruto y lo hará en abundancia y no importará ya sobre qué infortunios pase ese pequeño en su crecimiento, sabrá que la Iglesia es una comunidad que le acogerá con amor y paz, pues será ese lugar al que querrá volver siempre y llevar a los suyos.
Para finalizar, quiero hacer hincapié en algo que siempre ha hecho ruido en mi cabeza. Creo que ahora más que nunca, es de vital importancia para quienes somos catequistas, saber creer y dar respuestas firmes sobre aquello que creemos, estar preparados para revelar lo que a su vez nos ha sido revelado, pero con respuestas que sean capaces de proveer evidencia a quienes dicen no creer. Debemos dejar de ser vistos como fanáticos fideistas o como verdugos que juzgan a quienes erran o menos saben. En fin, debemos ser verdaderos mensajeros de la Buena Nueva, del perdón y del amor.